No hay nada peor que estar enfadado. Por el motivo que sea pero sobre todo “porque sí”. Una vez intenté hacerle gracias a una niña que se me enfadó y cuando ya iba a reír, recordó “¡eh, que estoy enfadada!” y mantuvo su rostro severo como pudo.
Gabriela Keselman refleja en su cuento Cinco enfados los muchos motivos que tienen los niños para enfadarse. Y para desenfadarse. Al final vuelven a estar contentos también “porque sí”. A los niños les gusta este libro de palabras y frases acertadas que quedan en la memoria.
Enfadarse es un lío porque el final hay que desenfadarse. Lo que un niño hace «simplemente», a un mayor le resulta complicado porque no se ‘autoperdona’. Por eso al final no hay más remedio que “porque sí” y porque estar enfadado agota. Ni siquiera vale para educar.
Para corregir a un niño no es necesario enojarse. Basta mostrar un teatral disgusto. No es fácil, claro. Pero si se practica puede mejorarse. Como lo logran las mamás que se recriminan con lo de “es que estoy siempre riñendo”. Saben en el fondo que esa riña educa porque no es una bronca. Es aliento, apoyo, referencia. Es el “¡venga, vamos, vamos!” del entrenador que grita desde la banda durante todo el partido. Y al que final sacan en hombros por haberles dado la victoria.
Estefanía Laya